Cuando despertó ya estaba cansado.
Podía ir a otro especialista, pero prefería pasar por el consultorio de Mesmer.
Ya se había acostumbrado a la mesa fría, y a su voz no mucho más cálida.
Las instrucciones siempre eran las mismas, con algunos cambios en el tratamiento según la aflicción. En su caso, trataba específicamente de controlar el sueño.
No soñaba hacía meses, hacía años. Y aunque podía utilizar su tiempo despierto para hacer la mayoría del trabajo del día, sus obligaciones se extendían hasta la tarde, de manera que no dormía casi nada. Sintió uno de los imanes más pequeños en el centro de su frente, pulido en forma de disco. También sintió en su pecho las aristas del imán de roca cruda más grande que había visto. No pudo evitar ver la cara de Mesmer en el momento que acercó sus manos sin tocarlo.
Le dijo: -ya sabe que debe mantener los ojos cerrados, pero entiendo que le de curiosidad-. De pronto se sintió mareado y no sabía si era efecto del magnetismo animal de su tratante, el estado de pseudo hipnosis en el que había caído o la mínima dosis de mercurio que había ingerido antes de recostarse. Quiso levantarse y vomitar, Mesmer lo retorno con un dedo al modo horizontal y le hizo un ademán de tranquilidad. Activó un interruptor debajo de la mesa y comenzó a sonar una frecuencia muy baja. Ya casi finalizaba la sesión, lo sabía porque la rutina era muy similar cada vez. La oscilación se detuvo de golpe. Mesmer susurró algo ininteligible y advirtió que tuviera cuidado de no golpearse la cabeza con la lámpara gigante instalada sobre la mesa. Quitó los últimos magnetos de sus hombros y lo ayudó a pararse. Se sentía aliviado y aunque no sabía si volvería a funcionar esperaba que le diera unas horas más de sueño. Mesmer escribió unos garabatos en un papel membreteado que guardaba en el escritorio. Le hizo unas últimas recomendaciones que tenían que ver con sus hábitos alimenticios, los lugares que frecuentaba y la manera en que saludaba y se despedía de sus conocidos. Mesmer lo esperaba para otras cuatro sesiones. Por último, le preguntó si tenía perros o caballos y en ese caso sugirió acariciarlos con ambas manos, al menos por media hora en las tardes, pensando en su pronta recuperación.
No se dieron las manos. Mesmer ya estaba lavando las suyas hasta los codos.
Ya en casa tomó medio litro de agua con sal y estuvo sentado sin prender luces, en la oscuridad de su sala.
No leyó ni escribió nada, su cuerpo no le permitía hacerlo.
Esa noche cuándo fue a dormir ya estaba cansado.
Carlos Bonil
Bogotá